viernes, 30 de marzo de 2012

LA BARBARIE QUE NOS GANA POR GOLEADA

Imagénes de el último clásico jugado en Sarmiento. Gentileza: Tribuna 10.
Los hechos violentos en nuestro fútbol son cada vez más recurrentes, lamentablemente. La ola de violencia que nos invade en cada espectáculo deportivo parece no tener fin; muy por el contrario, da la sensación que vino a quedarse definitivamente y con mucha mas fuerza e impunidad que nunca.
El lenguaje del fútbol alcanzó un nivel de violencia tan descomunal que, trasladado a cualquier otra actividad –incluida la política, provocaría un escándalo. Ya ni siquiera desde los estratos más altos del poder ejecutivo parecen tener la solución ante tanta desidia.
Ahora llegará el órgano del COPROSEDE, que esperemos no sea una organización más para consumir litros y hectolitros de café; porque digamos que, a esta altura, ya nos acostumbramos a la desmesura del fútbol; un ámbito donde cada animalada es vista como excepción cuando, lejos de ello, se constituye en nueva regla.
Me niego a discutir sus estúpidos lugares comunes. Por ejemplo ese que dice: “El público paga y tiene derecho a expresarse”. Pues no. Aceptar que cualquier energúmeno te insulte, te llame ladrón y exija a los gritos que te echen porque perdiste un partido, es una locura; y que encima “justifiquen” estos improperios para “romper” todo lo que tienen a mano, más aun.
La cosa es grave y empeora. Los barras son profesionales de la violencia, pero los demás hinchas también se desquician, por contagio o enfermedad social.
Si esto sigue así van a matar a alguien en pleno partido. ¿O no estuvieron lejos en el clásico entre Sarmiento y For Ever de matar al tipo que recibió el piedrazo en la cabeza?. ¿O no estuvieron lejos de quitarle la visión completa a un colega fotógrafo el año pasado?. Los ejemplos se cuentan de a miles.
Estas “ratas”, son jóvenes crueles, violentos, devastados por la droga, que balbucean una jerga. Pero no cayeron del cielo. Son producto de otra clase de fábrica. Aquella que los utiliza para fines comunes y después se les hace imposible sacárselos de encima. Uno acostumbra a verlos en actos políticos arengando por el candidato de turno. Candidato que al llegar al poder, si o si, tiene que “tranzar” con ellos.
De esa marginalidad surgió otro curioso invento nativo: los barras profesionales. Esos que defienden su terreno a sangre y fuego, mientras facturan a cuatro manos. Los medios los llaman “inadaptados” (ridículo: nadie más adaptados que ellos), mientras el negocito crece, cada vez con más socios. Punteros, dirigentes, policías, vendedores de esto o aquello. Por eso están, siempre, se diga lo que se diga. 
Entradas de favor, viajes, control de los estacionamientos cada vez que hay un espectáculo deportivo o artístico, son algunas de las “bondades” a las cuales tienen acceso a manera de compensación por los favores otorgados.
Salvajes, despiadados con un arma en la mano, no debe ser fácil enfrentarse con ellos en su propio terreno, a balazos. Hay que tener, al menos, algún código en común. Tirar a matar no es para cualquiera. Muchas veces están más preparados que los propios policías para tirar, porque tienen definitivamente más práctica.
Habrá mil debates. “¡Hay que matarlos a todos!”, pedirán los que exigen mano dura. Alguno dirá: “Esto, con los militares no pasaba”. Lo de siempre.
Es increíble que alguien crea que la pena de muerte podría cambiar algo, más allá de reimplantar un Estado asesino que ya sufrimos. La vida de esos chicos no vale nada, para nadie. Ellos lo saben y por eso se la juegan a cara o cruz en cada salida, llenos de odio. Nada les importa. Nada son, nada tienen que perder. Bajemos al sótano a revisar nuestro retrato porque esas “ratas” son obra nuestra. A hacerse cargo.